domingo, 23 de agosto de 2015

Venezuela: Actos de magia y cero sacrificios

Este texto fue originalmente publicado en el sitio web de la Fundación CIEV 


Una pueril respuesta ante la vida, eso es. Al menos esa es la esencia de la actitud que tienen aquellos que terminan agazapados, a la espera, como si los hechos le fueran ajenos por completo. Como si las responsabilidades de cuanto les ocurre fueran de otros, jamás propias, y de allí el deseo recurrente de que un acto mágico se materialice para resolver cualquier inconveniente o dificultad.  “Algo pasará”, dicen.

   En 1992 ocurrió un acto de magia: un fallido golpe de Estado. Un porcentaje alto de la sociedad venezolana formó filas junto a los artífices del golpe sin detenerse a pensar por un minuto que se trataba de personas que transgredían las leyes y faltaban a sus juramentos profesionales. La materialización del “algo” -sin visión crítica al respecto- despejaba las dudas y encendía las esperanzas. Muy pocos se tomaron la molestia de colocar en la balanza el costo de una acción como la ocurrida, las implicaciones que para Venezuela como sociedad tendría, versus los presumibles efectos milagrosos del golpe.
    Ese mismo principio se repite una y otra vez en nuestra cotidianidad aunque van 23 años de tales hechos. Lo único que parece florecer en el país es la necesidad de más actos fortuitos plenos de poderes reparadores inmediatos, sin que se valore el pésimo resultado obtenido a la fecha como respuesta directa de lo ocurrido.
     Nadie quiere el sacrificio, ni oír hablar de “medidas económicas”, ni de transiciones, ni de años duros para llegar a tiempos mejores. No. Se quieren mágicos artilugios que acorten la distancia a la felicidad. Y es lamentable notar, al mirar el paso de estas dos décadas, que este afán sólo nos ha llevado al sacrificio constante, a la pérdida de casi veinte años de nuestras vidas y de la vida del país, sin opciones como nación de mejora a futuro. Nos condujo al deterioro progresivo, a la pérdida. El sacrificio ha sido hecho y nada hemos obtenido a cambio.
    Cada tanto las personas que ejercen el poder en Venezuela transgreden las leyes y vulneran el sistema político que nos determina. Son pequeños actos de magia para sus seguidores, que ven en ellos opciones claras se mantenerse ligados al Gobierno y a lo que eso implica. Los sombreros de copa y las varitas son aplaudidos, votados, ovacionados; sin echar una mirada al sismo que nos derrumba como nación gracias a su accionar.
     Entre quienes se oponen al Gobierno existe un volumen alto de personas que imploran por un hechizo, ese “algo” que lo resolverá todo, que en segundos disolverá la estructuras levantadas a lo largo de lustros. Esperan otro mágico “carmonazo” que, de un plumazo, desmonte las instituciones, las autoridades y hasta el nombre del país. Otra regresión, otra involución, el escape primitivista.
    Pero hay más. “Lo que pasará”, ese “algo”, se sabe gracias al primo de un amigo que trabaja para alguien ligado a… Y las leyendas urbanas, puestas a rodar espontáneamente por el colectivo o empujadas por los intereses de algún grupo de poder, se convierten en “verdades” sólidas. Cosas ciertas. Cosas que se repiten de boca en boca. Cosas anheladas. Apoyadas.
   En Venezuela existen crisis de todo tipo, pero una de las más graves es la relacionada con el desmantelamiento del periodismo como institución. La gravedad de esto va más allá de lo que alguien, juicioso y formado, pueda advertir. La crisis del periodismo y de los medios ocurre a la par de un exacerbado conformismo, con visos de desidia y de deterioro educativo de parte de una población que en buena medida prefiere enunciados cortos, frases hechas, rumores y las “cosas” que cuenta el vecino a “las notas informativas” que pueda emitir un medio de comunicación e, incluso, un organismo o una empresa.
   Tal vez es más fácil pasar un día más creyendo en lo que se espera o quiere a tener que vivir la jornada con una actitud crítica basada en conocimientos más sólidos que demandan tiempo, concentración, contraste.
   En fin, tierra fértil para la manipulación y los espejitos de colores.

jueves, 26 de febrero de 2015

Escasez de principios

...Este modelo “revolucionario” ha terminado por abonar los terrenos que tanto criticó en sus inicios.



Una muy querida amiga que vive en el exterior desde nuestros tiempos de quinceañeras me preguntó hace tan solo unos días cómo era realmente el asunto de la escasez de productos básicos en Venezuela, porque no quería dejarse llevar por lo que veía “en las noticias”.

Confieso que me resultó difícil darle una explicación que sonara racional, porque si le hubiera dado la primera que vino a mi mente sé que ella habría rememorado aquellas imágenes que desde nuestra adolescencia nos atormentan, como las de la trágica crisis alimentaria de Somalia. Pero no estamos así. No.

No debía exagerar a la hora de narrarle la degradación a la que ha sido sometida la población de Venezuela. No hace falta. De hecho, he podido incluso recordarle que desde hace 14 años existe una red del Estado que distribuye productos alimenticios a precios subsidiados gracias al torrente de ingresos petroleros con los que contó la nación, mientras se aplicaba un riguroso control de precios de bienes y servicios –con altas penalizaciones, que incluyen la cárcel y la expropiación- y una limitación absoluta al cambio de bolívares por divisas extranjeras.

Esto, en una primera mirada, puede lucir positivo para los más excluidos, pues les permitió el acceso a muchos productos que antes no podían comprar. Pero luego, con la degeneración propia de los años y de los sistemas inamovibles, de la corrupción inevitable que alimenta la sobrevaluación del bolívar y del afán por reforzar los controles con controles adicionales, todo terminó por traducirse en un brutal aumento de los precios y en una escasez que raya en lo inverosímil.  Tan es así que el Estado dejó de proveer con regularidad las cifras de inflación y de escasez en Venezuela, como si de gatos jugando con su arena se tratara.

Así que responderle era un asunto difícil.

Bueno -intenté argumentar- puede que hoy acudas a un supermercado y encuentres un pasillo completo lleno de refrescos y de nada más, porque la idea es que no se vean los anaqueles vacíos; pero puede que esos superfluos y dañinos refrescos que un día abundaron de pronto ya no estén y los extrañes. Suena trivial, pero eso mismo ocurre con el agua mineral que, de forma intermitente, aparece y desaparece de los puestos de venta; junto a las toallas sanitarias, la leche, el café, el detergente para lavar la ropa, el cloro y la pasta.

La carne y el pollo son bienes que es preciso perseguir de un comercio a otro. Si se está dispuesto a pagar un precio muy alejado de las regulaciones del Estado es muy probable que se les encuentre, pero eso no ocurre en los supermercados ni en las demás líneas de venta altamente supervisadas por las fuerzas fiscalizadoras del Gobierno, solo pasa en los pequeños expendios o en los más informales comercios donde se atreven a ofrecer estos rubros al mejor postor.

Lo cierto es que desde 2007 existe una oferta limitada de productos (cada vez más limitada, por cierto), fruto del control de cambios que merma las importaciones de bienes terminados y de materias primas para manufacturar en el país; además de unos precios irreales de venta regulados por el Gobierno (vale mencionar, a modo de ejemplo de esta distorsión, que recientemente el Estado permitió el aumento del precio del kilo de carne de primera desde Bs 27,29 a Bs 220); y a un sector productivo minimizado tras fuertes procesos de expropiación, de cobros de impuestos y de limitación a los naturales procesos de manufactura y almacenamiento de rubros, debido a modificaciones legales de todo tipo, entre otras prácticas.

Aun así, seguimos comiendo y seguimos viviendo, con la desaparición de decenas de marcas, de presentaciones, de estilos, de opciones para elegir.


Pero esta distorsión tan tremenda en las normas naturales de todo mercado ha hecho florecer una nueva forma de empleo que, de seguro, debe estimular a muchos a creer que la gestión del Gobierno venezolano es positiva. Se trata de centenares de personas que a diario acuden a los puntos de venta de productos regulados e invierten horas en largas colas hasta que logran comprar, al irreal precio subsidiado impuesto por el Gobierno, bienes que son escasos y que son necesitados por todos (leche, medicinas, pañales, azúcar, repuestos para carros, desodorantes, papel higiénico, harina,…) y que luego revenden en las calles o a través de complejas redes, que se profesionalizan más cada día, con sobreprecios de 100 a 500%, o más, según el rubro.

No es de extrañar que los muchachos que hasta hace poco se dedicaban a embolsar las compras en las puertas de los supermercados ya no estén, pues en la actualidad se dedican a este nuevo oficio, bautizado por el Gobierno como “bachaqueo” y del que seguramente obtienen, con menos esfuerzos, montos superiores a los que recibían de propina de parte de los clientes.

Así que ir al mercado, que hace unos años era un asunto que las familias atendían cada quince días o semanalmente, según la programación y los ingresos de cada quien, se ha convertido en un asunto del día a día, de pararse en los comercios donde se observa una fila de personas para averiguar “qué llegó”, “qué están vendiendo” y en “cuántas unidades por persona”; cuestión de ver las bolsas plásticas que los demás llevan en las manos y preguntarles “dónde compró eso”.

Ahora los amigos llegan de visita a la casa con un flamante pote de lavaplatos como obsequio y, en retribución, se hace el intento de comprar en la siguiente cola un frasco adicional de champú para dárselos la próxima vez que haya un encuentro.

Es obvio que, tras todas estas reflexiones, contestarle era una tarea más que difícil. La única frase posible era “se vive con lo que hay”. De hecho, el sí hay y el no hay determinan nuestra cotidianidad. Pero al enunciar esa frase me llegó la indignación, esa cosa agria que produce saberse reducido, minimizado y animalizado, por la acción de unos pocos a los que el destino les ha permitido ejercer el poder sobre una mayoría dispersa.

 Y al final solamente es posible constatar que este modelo “revolucionario” ha terminado por abonar los terrenos que tanto criticó en sus inicios, pues gracias a su gestión ha potenciado la posibilidad de que quienes más tienen pueden hacerse con lo que necesitan sin penurias innecesarias (ni ocho horas de cola, captahuellas, restricción de unidades por persona ni programaciones de compras según el terminal de la cédula de identidad).

La reflexión, en términos reales no fue tan larga como luce cuando se intenta describirla con palabras. Realmente fueron segundos al teléfono en un recorrido instantáneo de ideas: Querida amiga, creo que la verdadera escasez que tenemos en Venezuela es de principios.

martes, 30 de diciembre de 2014

Cosas de fin de año


Hace 28 años, un día como hoy, ya había muerto la mitad de mi familia tras un montón de hechos terribles que se sucedieron en un efímero trienio. Así que mi manera de ver la vida ya había cambiado radicalmente cuando recién había cumplido 19 y evolucionar desde el dolor y desde la pérdida me hizo ser quien soy ahora. Quizá por eso no abundo en discursos, prefiero la palabra escrita, pero siempre procuro celebrar a quienes me rodean, porque no puedo dejar de temer que de golpe dejen de estar allí. Particularmente en esta fecha, con más de la mitad de los queridos retoños de mi familia fuera del país, siento la necesidad de escribir al respecto, porque sé que estas ausencias responden a otro montón de factores que se hubieran podido combatir con un poco más de valores, de esfuerzo, de razonamiento y de compromiso de parte de quienes conformamos este país, y el botón de la responsabilidad me llama a bregar para que obremos mejor en el futuro.

El 30 de diciembre de 1986 mi hermano mayor murió por efecto de un disparo en un asalto y nada se hizo con respecto a su asesino, la policía jamás avanzó sobre el caso, que se convirtió en una estadística más dentro de las muchas de entonces, y listo. Pero hablo de diciembre de 1986, no de la Venezuela de 2014 en la que estamos hoy, donde el Gobierno dejó de dar las cifras de muertos por violencia porque son sencillamente inaceptables, lo que me demuestra que en verdad nunca hicimos algo como sociedad para corregir errores tan graves y tan degradantes para una sociedad, y que solamente nos quedamos envueltos en añoranzas y en sueños sin asidero alguno. El país, en su mayoría, terminó por endosarle la responsabilidad de una solución a quienes decían lo que se quería escuchar y nada más.

2014 ha sido un mal año, dicen muchos amigos, y sí, en verdad, este añito se ha jugado muchos números como para ganarse el premio gordo. Pero no sé si podemos seguir viendo lo malo como algo ajeno a nosotros mismos o si, en parte por lo gráfico que ha sido al respecto el 2014, ya llegó la hora de comenzar a notar que somos parte de cuanto ocurre, que somos ejecutores de mucho de lo que acontece y que seguimos de largo sin detenernos ante lo que podemos corregir ya sea por miedo, por comodidad, por una sobrecarga de obligaciones o por tantas posibles razones como seres humanos hay.  Y quizá eso explique la impunidad en lo que le pasó a mi hermano y así millones de hechos dolorosos y horrendo que signaron a Venezuela en los últimos treinta años y sobre los que, de una u otra manera, dejamos de hacer lo que había que hacer.

En todo caso quiero decir que he tenido discusiones memorables con gente muy querida porque he diferido sobre sus apasionamientos políticos, ya que para mí la política, lejos de lo que parece su esencia, no es un partido de béisbol, es decir, un asunto de pasiones sino de razonamientos. De hecho, desde que he tenido la oportunidad, y vale decir que desde muy joven, defiendo el pensamiento crítico y lo estimulo desde todos los ámbitos en los que me desenvuelvo, porque sé que es la herramienta más cercana que tenemos para avanzar en la toma del control de nuestro destino.  

He emprendido cualquier acción con compromiso, sabiendo que mis actos afectan a otros, con la mayor conciencia de mi responsabilidad, y añoro que esto se convierta en una práctica generalizada que permita la vida en comunidad. Aplaudo el rigor, pero soy una entusiasta promotora de la creatividad, porque comprendo que ambos elementos son determinantes para nuestro crecimiento y nuestro disfrute. Creo en la especialización y en la profesionalización de las personas, así como en el progreso y en la superación, porque no me resigno a la cómoda aplicación de un rasero que nos mande hacia debajo de quienes, generalmente por conservar el dominio del poder, creen que así es más fácil manejar a las masas. Y sé, desde lo más profundo de mi corazón triste a causa de esta efeméride, que con un poco más de esfuerzo individual en la verdadera búsqueda de información y con unos toques más de autoevaluación y criticidad, las cosas serían mucho mejores para todos.

En fin, cosas de fin de año.

sábado, 15 de noviembre de 2014

Venezuela y petróleo: 2 más 2 son 4

...Entender de economía no es difícil, solo que para las minorías dominantes es preferible que las mayorías dominadas no entiendan de esto.



Hay pocos hechos tan determinantes como que cada 9 de cada 10 dólares que entran a la economía venezolana provienen de la exportación de hidrocarburos. Ese ingreso en dólares solamente es posible por dos vías: cantidad de petróleo exportado y (acá vale eso del y/o) el precio del petróleo al momento de su venta.

Aunque a muchos mercaderes de la información y a los actuales poseedores del poder no les guste decirlo, cuantos más barriles logre vender Venezuela a un mayor precio esto se traducirá, obviamente, en mayores ingresos.  

Esto enciende las alarmas cuando notamos que en los últimos años, con el precio del petróleo pegado del techo, en niveles altos, históricamente inimaginables, el país ya sentía el rigor de la escasez y diversos sectores de quejaban de que el Gobierno no les entregaba las divisas que solicitaban para poder sostener sus líneas de producción o sus niveles de distribución, según se tratara de manufactureros o comerciantes.

Pasó el 2014 bajo la amenaza oficial de que vendrían medidas económicas, sin que nada pasara, y a escasos días de que culmine el año todo hace pensar que la actual administración del poder está demasiado ocupada en medir su desgaste político que en escuchar opciones reales a un problema de índole económico que se come el bolsillo de todos los venezolanos.

En las últimas 10 semanas el precio que promedia la cesta de exportación de crudos venezolanos ha estado cayendo hasta cerrar el 14 de noviembre en 70,83 dólares por barril. Este hecho, junto a una producción en declive y menores volúmenes de exportación, se traduce en un impacto en los ingresos de la nación, es decir, en menos recursos para importar y pagar deuda, entre otros conceptos.

Aunque el Presidente de Venezuela, Nicolás Maduro, salió en un primer momento a señalar que la economía del país estaba blindaba a pesar de que el barril de petróleo bajara a 40 dólares, esta semana tuvo que admitir que los ingresos en divisas por concepto de exportaciones petroleras habían caído 30% en el último mes.

Vale indicar que entre 2013 y 2012, cuando el precio del barril cerró en 98 y 103 respectivamente, ya se sintió en la economía el astringente que aplicaron las autoridades a la asignación de divisas al tipo de cambio oficial, mecanismo obligatorio para adquirir divisas distintas al bolívar que está vigente desde febrero de 2003.  

En el año 2013 se asignaron, vía Cadivi, Aladi, Sucre y Sicad, unos 23.217 millones de dólares para importaciones privadas, es decir, 25% menos con respecto a 2012, cuando entregaron a tal concepto 7.678 más.

En 2014 la difusión de información económica por parte de las autoridades (como la evolución de la inflación, de la escasez o del desarrollo de la economía) ha sido prácticamente nula. Los últimos datos disponibles apuntan a que en marzo de 2014 el índice de escasez en el país se ubicaba en 29,4%.

Aunque no se manejan fechas similares, hay que destacar que en la actualidad el precio promedio del barril de crudo venezolano se ubica en 92,76 dólares, 5% por debajo de la media del año 2013. 


Es de esperar que, cuando el Gobierno ofrezca cifras sobre la economía –si lo hace-, será obvia la merma de las compras en el exterior por parte del sector privado, un menor nivel de producción en la manufactura local (en esencia por falta de materias primas), un aceleramiento de los precios (tanto por el desfase en los ajustes oficiales como por la menor asignación de divisas y la merma productiva), y una escasez intolerable que se ha ido convirtiendo en el día a día de los venezolanos.

martes, 16 de septiembre de 2014

Gente sin palabra



...Texto originalmente publicado en http://fundacionciev.blogspot.com/

Además de ser una herramienta básica en la comunicación, la palabra, sí, la palabra, eso con lo que hablamos a diario, contiene otros atributos que nos trascienden y con los que la humanidad ha escrito buena parte de su historia, aunque con el trajinar estos atributos parecen haberse ido diluyendo o haber ido pasando a un plano que ya no es reconocido por las mayorías.

     “Es una persona de palabra”, decían de alguien con una cuantía admirable, que hacía lo que decía, que merecía la confianza y el respeto de los demás, alguien que sabía claramente lo que arriesgaba al dar su palabra en garantía, porque “la palabra” implicaba atributos morales y casi religiosos, era un asunto de honor. 

     Se daba la palabra en garantía, no un Rolex con incrustaciones, no una casa de dos pisos, no un carro cero kilómetros. No. La persona daba su palabra y con eso bastaba, porque cumplirle al otro y a sí mismo se daba por descontado.

     Pero hoy, ahora, en este instante, ¿de qué sirve la palabra de alguien? ¿Qué significa que poco a poco la sociedad se haya ido llenando de personas sin palabra o, peor aún, de gente a la que no le inquieta que este cambio haya ocurrido?

Se suman décadas y décadas de ofrecimientos políticos que jamás se concretan, de una clerecía que igual condena o absuelve a pesar de sus desatinos y de su decadencia, de mercaderes que han abusado del costo de oportunidad, de seres inescrupulosos con “discursos” oportunistas, de egos tan recrecidos que acaban con el otro con tal de aumentarlos un poco más, de maleantes vestidos de etiqueta y de vidas que se consumen sin que absolutamente nadie repare en ellas. Décadas y décadas de incubación, de desconsuelo, de anemia moral.  En fin, décadas enteras de desnutrición de los valores, de gestar y gestar a gente sin palabra.


¿Y esto a alguien realmente le importa?

miércoles, 20 de agosto de 2014

El país del nunca se sabe



Érase una vez un país, grande dentro de todo, sin caer en los problemas propios de los territorios con gigantismo, que poseía todos los escenarios imaginables para artistas y soñadores, los tesoros más preciados por gobernantes, planificadores y ladrones de oficio, una tierra generosa y productiva, y una población tan mansa y tan brava que más de una vez hizo piruetas alocadas en su historia como lo hacen el aceite y el agua cuando se les mezcla en una botella.

En ese lugar, años atrás, un escritor creó a un personaje muy peculiar. Su creación logró concentrar la esencia de esa población mansa-brava o quién sabe, o quizá la condenó con su marca de Caín a ser lo que es, aunque esto último sería endilgarle una trascendencia absoluta a ese autor con quien no comulgo plenamente. En todo caso, Eudomar Santos -el personaje- se pavoneaba por su vida de telenovela haciéndole frente a las contingencias del día a día con un “cómo vaya viniendo vamos viendo”.

Un pueblo, una tierra, unos tesoros… y el devenir realengo, a la buena de Dios. Venezuela.

Desde la década de los noventa, cuando Eudomar se hizo famoso, han pasado unos veinte años, vidas enteras, páginas de nación escritas a pulso, y todo con una constante: la incertidumbre.


Compañeros: Lamentablemente, por ahora, los objetivos que nos planteamos no fueron logrados”, ¿Habrá elecciones o no?, ¿De verdad renunció o “la aceptó”?, ¿El presidente está vivo o está muerto?, ¿El próximo año existirá la posibilidad de que cualquier mortal pueda cambiar los bolívares que ganó con su trabajo por dólares porque sí, porque quiere, porque le da la gana?, ¿Devaluarán?, ¿Tendré trabajo el mes que viene después de las elecciones o de que me busquen en la “lista Tascón” o en “la lista Maisanta” o en la lista que mejor les guste?, ¿Me expropiarán y todo eso…?

Y ahora, como si faltaran elementos a la ruleta rusa de nuestro día a día, el Gobierno piensa controlar el consumo de cada persona en este país. Siempre, porque siempre es así, la medida tiene un fin loable: evitar el contrabando y la reventa de productos; pero como siempre, porque siempre es así, la medida solamente logrará agudizar los males de escasez y de inflación en el país, pero con el añadido de un riguroso control del consumo individual.

Y así seguirán nuestros días: hoy tengo trabajo, mañana no; hoy conseguí leche, ayer no; hoy sobreviví a un atraco, mañana quién sabe.

Como sociedad hemos “sobrevivido” muchos años, gracias al petróleo en buena medida, pero eso de ser el país del nunca se sabe, apostando a la suerte y a la buena fortuna, debe ser algo con fecha de vencimiento. 

¿Podremos seguir "sobreviviendo" y "resolviendo" sobre la marcha? ¿O terminaremos mutando en una clase de sociedad difícil de imaginar?


jueves, 14 de agosto de 2014

Responsabilidad e interacción

Texto originalmente publicado en http://fundacionciev.blogspot.com/

Al hablar de responsabilidad es casi imposible dejar de pensar en ese mapa de líneas que se entrecruzan y conectan, donde la interacción cotidiana humana queda plasmada en situaciones de diversa índole e impacto.

La imagen de una tela de araña también puede servir para visualizar cómo se extiende el alcance de un solo individuo. Él, junto a otro, entreteje una tela aún más compleja y así con otra y otra y otra persona y con todas aquellas con las que se relacione a lo largo de su vida.

Se trata de conexiones que en muchas ocasiones van más allá de la circunstancia del encuentro, a ese momento, al hecho en sí, que pueden ser gratas, tristes, determinantes, y que en esencia adquieren significado para cada uno de los participantes. 

A una persona se le llama responsable porque está atenta a lo que hace y a lo que decide, porque reconoce que sus actos y decisiones implican consecuencias personales y para los demás, porque de alguna manera sabe que su existencia no es intrascendente.

En el entramado de la sociedad, donde realmente cada individuo genera cambios desde su acción o desde su inacción, la cualidad de responsable alcanza una dimensión que algunos se atreven a llamar histórica: el compromiso del individuo con aquello que él quizá no alcance a vivir, pero en lo que cree y que trata de construir desde su interacción con los demás.

Responsabilidad e interacción parecen ir de la mano aunque no siempre con la conciencia necesaria.